Publicado el Deja un comentario

Memorias de África

Título de una película estadounidense del año 1985 mundialmente conocida.

Ese también será mi título de hoy: Memorias de África.

África, ese continente tan sumamente grande en extensión y rico en personas felices. Si, en personas alegres y felices con tan poco, mas bien con casi nada…

En el año 2018 Txustta se fue a Senegal. Cuando digo Txustta es que, yo Toni, fui en representación de mi empresa. De acompañantes llevé a Ricardo y Hugo. Fueron los mejores acompañantes que podría haber llevado, sin lugar a duda!

Empieza el viaje!
Aeropuerto Peinador
Vigo- Pontevedra / España

África era un continente completamente nuevo para mí. Todo lo que yo tenía en mi mente estaba «insertado» por la experiencia ajena de haber estado allí y la información que me llegaba a través de las noticias, internet… Y por medio de esas noticias que tenía «insertada en mi mente», tenía mi propia visión (que no era de todo real, obviamente) de dicho continente.

Aeropuerto Internacional Blaise Diagne
Dakar – Senegal / África

Para llegar hasta mi destino fueron necesarios 3 vuelos (con sus respectivos controles en cada aeropuerto) y un largo viaje en carretera. Una carretera con numerosas rectas, que cruzaban varios poblados dónde se veían humildes casitas. Desde el vehículo podía observar familias sentadas en el exterior de sus casas (seguramente por el aplastante calor que hacía), niños correteando detrás de las gallinas, personas caminando al borde de la carretera (dígase mujeres con grandes cubos sobre la cabeza o cestos de mimbre, hombres en bicicleta, jóvenes…). Lo que más me llamó la atención, a parte de los colores de los trajes de las mujeres, era su pelo. Todas tenían unos recogidos impresionantes.  Algunos con trenzas, coletas y moño. Tenían el pelo… más peinado que el mío! Más tarde vine a descubrir que son pelucas…Si, pelucas. Las mujeres allí son muy coquetas con el peinado, ya que su pelo natural no les permite muchos peinados, por eso valoran mucho las pelucas. Durante el camino veía a las mujeres con sus trajes de colores, niños sonriendo correteando, unos cuantos baches y muy escasa señalización de tráfico.

Aeropuerto de Ziguinchor
Senegal / África

Desde mi segundo vuelo (Dakar), ya no tenía el teléfono móvil conectado con datos (lo del Roaming gratuito es sólo para países pertenecientes a la unión europea. Ni se os ocurra llamar o conectar datos móviles fuera de Europa que vale un riñón! Os lo digo con conocimiento de causa!), pero de vez en cuando grababa y tomaba fotos del camino, mientras el viento cálido me despeinada la melena y el sol me deslumbraba.

El asfalto gastado de la carretera, el color naranja del paisaje que parecía no tener fin, el olor de la tierra, el calor y la humedad me hacia sentir como una niña pequeña experimentando nuevas sensaciones.

Llegué a mi destino, un surf Camp a escasos minutos del centro de la ciudad, y me encontré con un personal muy atento y sonriente. Pasada las presentaciones me dirigen a uno de los bungalows de las instalaciones, los cuales tenían unas hamacas estratégicamente dispuestas a la sombra de los árboles. Se escuchaban los pájaros, se inspiraba paz, calma… la tranquilidad reinaba allí. Todo allí ocurría a otro ritmo, un ritmo ajeno a los punteros del reloj.

El dulce descanso post surf en las hamacas de Marejada Surf Camp

Deseaba ir a ver el mar y sus famosas olas perfectas. El cansancio de las  interminables horas en los aeropuertos y sus controles, de las colas de embarque, del viaje en carretera, simplemente «se esfumó» ante la posibilidad de ir a ver el mar y SURFEAR esas olas africanas perfectas, de recorrido largo y noble.  

Ir a la playa a surfear resultó otra nueva experiencia: subir e ir a la playa sentada en la parte trasera descapotada de una pick up 4×4  junto a las tablas de surf… Era… lo más! Yo me sentía una niña (en realidad nunca he dejado de serlo!) con sus juguetes. Sentir el calor del sol en mi piel, el viento despeinando la melena, respirar el aire libre, ver todo desde otra perspectiva era lo más! Suena mal y irresponsable: pero yo estaba libre de cinturones, bacas, cinchas para transportar las tablas… era cómo regresar a mi infancia, allá por los años 80, cuando iba suelta en el asiento de atrás del coche de mis padres haciendo muecas al coche que adelantaban.

Llegar a la playa fue todo un espectáculo. No había NADIE. Repito: nadie! Nadie en la arena, nadie en el mar. Las olas eran NUESTRAS! Kilómetros y kilómetros de costa de arena fina, olas interminables en una rompiente a escasos metros de la orilla, el color anaranjado del cielo por la cercana puesta de sol  y…. vacas! Si, vacas. Ellas eran las únicas que estaban en la playa. Eran las reinas del paisaje, de la playa y de toda su costa. Allí tumbadas, tranquilas y casi inmóviles. Algunas se paseaban de vez en cuando completamente ajenas a nosotros.

Cap Skirring – Ziguinchor
Senegal

Me bauticé en el «Atlántico de África» a surfear con una puesta de sol, con el agua de color oscuro que no se veía el fondo,  en aguas más cálidas do que las aguas de mi Galicia y con una sonrisa imborrable en mi rostro que era el retrato real del estado de paz y felicidad en que me encontraba. Olas nobles, de largos recorrido, en un mar ordenado y libre de viento. La combinación era simplemente….. perfecta. Combinación que disfruté, repetidas veces, durante los días de mi estancia.

Además de surfear quería conocer la ciudad, ver su gente, ver qué hacían y  ir a conocer más su cultura. Así que me vestí unos shorts y llevé a mis chanclas a dar un paseo a pie por la ciudad. Quería ir a los mercadillos cargados de colores, variedad de productos y turistas regateando. El problema fue que no soy consumista, en absoluto. No voy a ferias. Pero tenía que probar a comprar, ya que en cada puesto que pasaba por delante en el mercadillo, el propietario me invita a entrar. Si no entras a conocer su puesto, sus productos, es casi como una falta de educación.  Así que yo me dejé llevar a conocer puestos, a saludar a la gente y a devolver sonrisas que me brindaban. Me dispuse a comprar un imán de nevera.  Ya ves… un imán de nevera (anécdota personal: de cada viaje que hago compro un imán para mi santa madre poner en su nevera) Pero el problema no fue comprarlo, fue que tenía que regatear! Al pueblo africano le gusta que regatees. Que llegues a su puesto, te guste algo, preguntes el precio, pagues y te largues… no está bien! Es como si no valoraras su mercancía! Pero tener que regatear por un imán de nevera… Buff… No me resultó fácil,  pero tenía que hacerlo para no ofender al dueño del puesto. Así que regatee un precio más bajo una sola vez y listo! Misión cumplida. Dueño del puesto contento, yo feliz por no haberle ofendido y mi madre ya tenía otra figurita para su nevera!

Otra experiencia que tenía que vivir era el momento de la pesca del pueblo. Ver aquellas barcazas construidas de manera totalmente artesanal, con sus pinturas a colores y banderas. Ver llegar a las embarcaciones cargadas de pescado de gran variedad, la habilidad de los marineros en traerla a costa, la cantidad de pesca que había al aire libre con los buitres a la espera de comer los desechos, esqueletos y cabezas de peces, la personas hablando rápido y en voz alta en un francés casi inteligible hacían de aquello casi como un espectáculo.

Domaine Maya Plage

A los africanos, les encanta la música, bailar y moverse. Una de las noches en el surf camp, en la cena, tuve la oportunidad de ver les cantar sus canciones y bailar. Es simplemente increíble la energía que transmiten. Puede que no te guste bailar, o que no seas buen bailarín, pero resulta imposible verles y no mover aunque sean tus dedos al ritmo de sus tambores o dar palmas. Es tan intenso su baile y tan intensa la energía de sus movimientos que, al final te pones a bailar o a moverte en tu silla.

Para vivir un poco más a fondo el pueblo, había que ver su realidad. Esa que sabes que existe, que está ahí, que todos lo saben, pero que nadie quiere verlo, que sigue su curso como en un mundo paralelo. La pobreza.  Caminar por sus malas carreteras, meterme por sus calles, entre las casas extremadamente pobres, sentir el olor de su día a día,  ver los animales deambulando en las fincas, los niños jugando con trozos de palo (pero siempre con la sonrisa puesta y a las carcajadas) y visitar el colegio del pueblo. Llegar al colegio, ver un patio y una cancha de fútbol de arena, un sólo grifo de agua en todo el colegio a la disposición del alumnado, aulas en galpones con teja y que cada aula tenía un mínimo de 50 alumnos… fue brutal. Estuve en la puerta de un aula,  mientras el profesor nos relataba su día a día y las escasas condiciones en que trabajaba. La falta de material escolar tanto para el centro como para sus alumnos, la mala alimentación del alumnado por la pobreza y los kilómetros que muchos de ellos se hacían caminando cada día para ir al centro escolar. De la puerta, el profesor nos hizo pasar al aula para presentarnos a sus alumnos. Ese momento para mi fue abrumador. De estar en la puerta con el profesor hablándonos y tener el ruido de fondo de los alumnos hablando entre ellos , y pasar al aula y tener el silencio de respeto por la presencia del profesor dentro… fue simplemente mágico. Ese respeto de los alumnos a su maestro, esa atención a sus palabras sólo lo había visto en películas! No tengo conocimiento de ese comportamiento en los alumnos primer mundistas. El aula que visité tenía 68 alumnos. Si, 68! Y tan sólo con la presencia del profesor en clase, todos se callaban y había orden. Presentarnos y decir de dónde éramos les mataba la curiosidad y nos daba la posibilidad de preguntarles qué querían ser de mayores. Y escuchábamos respuestas como: desde médicos a ingenieros…

Grigo/fuente de agua
Colegio de Kabrousse

Después del colegio tocó ir a un centro de salud. Yo ya no tenía expectativas de encontrarme con una edificación montada por alguna ONG, en vista de ver en el patio del colegio tan solo un grifo de agua para todo el alumnado, ni nada comparado con los centros de salud de España.  Nada más llegar me cuentan que lo que más necesitan son anti térmicos. O sea, lo básico! Allí todo era escaso. Guantes, gasas,  termómetros… todo era escaso. Y aceptaban las donaciones de anti térmicos como si de oro se tratara. En el pasillo de la entrada había una madre con su bebé llorando y yo me preguntaba si al bebé le pasaba algo grave o no. Intentaba no poner atención al llanto del bebé,  mientras nos llevaban a conocer el centro y explicaban en que condiciones trabajaban, pero me resultaba imposible como mujer y como madre.

África resultó ser muy diferente de lo que yo me imaginaba y de la visión preconcebida que tenía. Hablo desde mi experiencia vivida en Ziguinchor (hay mucho continente aún por conocer!) África me ha reafirmado en lo que siempre creí: que para ser feliz SE NECESITA MUY POCO O CASI NADA. He reafirmado que, en mi entendimiento, la felicidad no es lo material (tu coche, tu móvil último modelo…), y sí los momentos y experiencias que vives. La pobreza, escasez de agua, mala alimentación, mala sanidad, educación, transporte, trabajo…. tantas dificultades. Y a pesar de ello no dejan de cantar y bailar con la sonrisa puesta, con alegría y energía. Y eso que no tienen NADA! NA-DA! Pero me di cuenta que ellos tienen mucho más que nosotros, que  son ricos en lo que el resto del mundo ha perdido. Ellos son millonarios en: HUMANIDAD.

Para los que no conocen a fondo el surf, nosotros los surfistas, somos unos hippies que nos movemos tan sólo en busca de una ola perfecta (ojo: perspectiva de los que no surfean!) . Pero la realidad es que más que cazadores de olas, somos cazadores de experiencias, de felicidad y DE VIDA! Sí, somos los que se mueven en coches, furgos y auto caravanas en busca de las olas. Vamos allá dónde ellas estén. Y así conocemos a personas, nuevos lugares, ciudades, países, continentes, playas y otras culturas. Nos transformamos en ciudadanos del mundo, moviéndonos según la dirección de las olas y del viento. En esa interminable búsqueda de nuestra ola perfecta, vivimos experiencias que nos graban el alma como hierro caliente a la piel.

Un caramelito que disfruté…
Cap Skirring

Pd: Mis agradecimientos a Ricardo Palomeque del Marejada SurfCamp/Senegal y a todo su equipo (desde el chef que hacía menús veganos especialmente para mí, hasta el personal de la limpieza) por su hospitalidad, atención, amabilidad durante la estancia y hacerme sentir como en casa. Mahalo!

Mis agradecimientos a Ricardo y a Hugo, por aceptar acompañarme en esa inolvidable experiencia. Os quiero!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

- Responsable de datos: TXUSTTA SURF, S.L.
- Finalidad: responder comentarios y puntualmente envío por mail de noticias y ofertas
- Legitimación: tu consentimiento expreso
- Destinatario: lista de suscriptores alojada en desafiodigital.es
- Derechos: acceso, rectificación, supresión, anonimato, portabilidad y olvido de tus datos